El estreno del tráiler de Napoleón ha dado pie a un análisis pormenorizado de las imágenes por expertos en el período napoleónico que han señalado errores históricos y de ambientación, unas críticas, como las de Émilie Robbe conservadora del Musée de l’Armée de París, que han sido respondidas con desprecio por Ridley Scott, cuando es evidente que lo que se cuestiona no es el valor de la producción como espectáculo, sino el respeto al rigor histórico y documental. Hemos querido volver a Napoleón en cine, porque no se trata de la primera vez en que la figura del emperador se convierte en personaje cinematográfico con acierto diverso, por lo que antes de visionar el filme de Scott, realizamos un breve –y seleccionado– repaso a las anteriores aproximaciones a la figura del corso presentadas desde la perspectiva cronológica de producción. Cabe recordar que desde 1897 el personaje ha aparecido en más de mil producciones cinematográficas y televisivas, siendo probablemente la primera la realizada por Louis Lumière (1864-1948) con el título Entrevue de Napoléon et du pape.

El Napoleón, la película de 1927 de Abel Gance (1889-1981) está considerada como una de las películas europeas esenciales de la etapa final de cine mudo por sus características narrativas, además de introductora en las escenas finales de la técnica de la polyvisión, precursora del cinerama. El filme relata la adolescencia y primeros años del general Bonaparte desde la escuela de Brienne-le-Château hasta el inicio de la primera campaña de Italia y la batalla de Montenotte, tras haber reflejado las épocas de Terror, el sitio de Tolón y el aplastamiento de la sublevación realista contra la Convención el 13 de vendimiario del año IV (5 de octubre de 1795). Albert Dieudonné (1889-1976) encarnó a Bonaparte en el que sería el principal papel de su carrera.

 

Marcado por el expresionismo en la composición y la frenética dirección impuesta por Gance, el Napoleón en el cine que Dieudonné crea representa el estereotipo del personaje que se cree llamado a asumir un papel decisivo en la Historia, nunca duda, supera sin inmutarse cualquier adversidad, es capaz de imponer su personalidad a políticos y militares de mayor edad y experiencia, y posee, desde el episodio de la batalla de bolas de nieve en la escuela militar, el aura capaz de galvanizar a sus seguidores e impresionar a sus enemigos en una obra cuyo objetivo era la heroización del personaje desde sus primeros pasos y que, según el proyecto de Gance, debía ser la primera de seis partes que debían narrar la vida del emperador hasta su muerte en Santa Helena. Aunque el Napoleón en el cine de este momento obtuvo un relativo éxito tras su estreno, la aparición del cine sonoro la relegó, no siendo recuperada hasta principios de la década de 1980 gracias a un proyecto impulsado por Francis Ford Coppola.

Napoleón en el cine: Austerlitz

Abel Gance retomaría la figura del emperador en Austerlitz (1960) una más de las superproducciones europeas de la década de los sesenta en las que se incluyeron actores estadounidenses, en este caso Orson Welles (1915-1985) en el papel del inventor Robert Fulton, o Jack Palance (1919-2006) en el de un risible general Weyrother estratega del ejército austro-ruso. La trama recorre la última etapa del Consulado desde la firma del tratado de Amiens (1802) hasta la coronación y la campaña contra la Tercera coalición culminada en la batalla de Austerlitz en 1805. Sin embargo, en esta ocasión la obra de Gance es de una calidad muy cuestionable, con repetidos errores históricos, de ambientación y vestuario que en muchos casos superan incluso lo risible, siendo inútil enunciarlos debido a su número, mientras que las escenas de acción, rodadas con la ayuda del ejército yugoslavo, carecen de cualquier realismo.

 

Apoyado en la interpretación de Pierre Mondy (1925-2012) en el papel de Napoleón, la película de Gance intenta recrear de nuevo la figura del elegido por el destino, pero queda en un histrionismo grotesco en el que se suceden escenas de cólera propias de un vodevil a la francesa, con otras de comedia de enredo al recrear las aventuras amorosas del corso, transmitiendo más un montaje propio de una obra de teatro que de un filme. No obstante, la importancia tanto de la temática como del director hizo que la nómina actoral incluyera tanto a figuras destacadas del cine francés como Jean Louis Trintignant (1930-2022) (Philippe de Ségur), Jean Marais (1913-1998) (Lazàre Carnot), Georges Marchal (Jean Lannes), Leslie Caron (mmlle. De Vaudrey) o Martine Carol (1920-1967) (Josefina de Beauharnais), como del italiano, como Vittorio de Sica (1901-1974) (Pío VII), Claudia Cardinale (Paulina Bonaparte) y Rossano Brazzi (1916-1994) (Luciano Bonaparte).

Las relaciones amorosas de Napoleón en el cine tuvieron reflejo en 1937 en el filme Conquest (María Valewska) de Clarence Brown (1890-1987), sobre la relación del emperador, interpretado por Charles Boyer (1897-1978), con la condesa polaca María Valewska, encarnada por Greta Garbo (1905-1990), en una trama en la que, al margen de la realidad histórica, se pretendió narrar una relación desgraciada supeditada a las necesidades políticas del emperador de consolidar su poder mediante la alianza matrimonial con el Imperio austríaco, y la estabilización de su dinastía a través de la descendencia legítima. Boyer compone un Napoleón de aspecto y conducta trágicas abocado a cumplir con el que considera su destino a costa de cualquier renuncia.

 

En 1954, Henry Koster (1905-1988), abordó en Desirée, la relación amorosa de los hermanos Bonaparte y las hermanas Clary. Desirée, interpretada por Jean Simmons (1929-2010), es presentada como el condicionante del ascenso y caída de Bonaparte hasta el extremo de atribuirle la segunda abdicación del emperador. Marlon Brando (1924-2004) asumió el rol protagonista de una historia en la que, entre otros errores, se asignaba al príncipe heredero de Suecia, el mariscal Bernadotte, el mérito de la victoria sobre los ejércitos franceses tanto en la batalla de Leipzig (1813) como en la campaña de Francia, condicionado por el respeto hacia su antiguo jefe y el amor por su esposa Desirée. Koster no buscó el rigor histórico sino la recreación de una historia amorosa entre dos personajes históricos sobradamente conocidos, ayudado por el prestigio de sus protagonistas. Brando encarna en el principio del filme a un Napoleón tímido pero consciente del destino que se ha autoimpuesto, para convertirlo en un arribista sin escrúpulos que no duda en sacrificar todo lo necesario para conseguir y mantener el poder, dando lugar a una figura histriónica alejada de la realidad que se reformará en la escena final al recordar la vida que pudo haber elegido y desdeñó.

 

Tras el filme de Gance, la figura de Napoleón en el cine sería retomada en la cinematografía francesa por Sacha Guitry (1885-1957), quien ya se había sumergido en la etapa napoleónica en una producción anterior: El fabuloso destino de Désirée Clary (1942) rodada durante la ocupación nazi, dirigió en 1955 Napoleón, la película sobre la historia del emperador narrada por Talleyrand (interpretado por el propio Guitry) tras conocerse en París la noticia de su muerte. Concebida como una gran superproducción en la que tomaron parte la mayoría de los principales actores galos de la época como Jean Gabin (1904-1976) (Jean Lannes), Jean Marais (Montholon) o Yves Montand (1921-1991) (Lefèbvre –quien llega a cantar una canción a las tropas-), además de invitados recurrentes como Orson Welles (Hudson Lowe) o Eric von Stroheim (1885-1957) (Beethoven), el filme se convierte en una sucesión de cameos que no consigue dar un tono creíble a una historia cuyo pulso actoral y de dirección son débiles. El papel principal fue encarnado por Daniel Gélin (1921-2002) quien representa a Bonaparte hasta la proclamación del consulado vitalicio, y Raymond Pellegrin (1925-2007) en la etapa posterior. En ambos casos, el carácter teatral del filme, que falla estrepitosamente en los apartados de precisión histórica, ambientación y vestuario, define dos napoleones hieráticos, pronunciadores de frases, pero muy alejados de la construcción psicológica del personaje, dado que el interés de Guitry era construir un fresco historicista y heroizante. Pellegrin retomará el rol de Napoleón en Venus Imperial (1962) de Jean Delannoy (1908-2008) una producción centrada en la figura de Paulina Bonaparte al servicio de una emergente Claudia Cardinale.

Napoleón en el cine y la literatura: Guerra y Paz

La novela de Lev Tolstoi (1828-1910), Guerra y Paz (1865-1869), ha sido adaptada en diversas ocasiones. La más conocida es el film de King Vidor (1894-1982) Guerra y Paz (1956), en la que el personaje de Napoleón en el cine fue interpretado por Herbert Lom (1917-2012), componiendo una caracterización que, como en la novela, pasa del triunfalismo a la derrota. Aunque se trata de una obra de ficción, la superproducción adolecía de problemas de ambientación especialmente en el ámbito de la uniformología, al igual que sucede con la segunda, y mejor adaptación de la novela, la soviética Guerra y paz (1966) dirigida por Serguei Bondarchuck (1920-1994) en la que el personaje de Napoleón está interpretado por Vladislav Strzhelchik (1921-1995), quien define una figura hierática del emperador bien modelada por el diseño de producción, la concepción de las escenas y la fotografía. A diferencia de la anterior, la producción rusa aborda con detalle las campañas de 1805 y 1812, con un trabajo de investigación muy loable por lo que se refiere a la reconstrucción de las unidades, aunque se empleen para las tropas francesas de la campaña de Austerlitz las reglamentaciones de 1812, pero el tono patriótico conferido a las escenas de masas no desmerece en ningún caso el esfuerzo de recreación histórica.

 

En 1972, la BBC presentó una nueva adaptación de la obra de Tolstoi producida por David Conroy y dirigida por John Davies, en la que el papel de Napoleón en el cine fue asumido por David Swift (1931-2016). La ambientación y reconstrucción históricas responde a los estándares de calidad tradicionales en las series británicas, incluyendo la colaboración del ejército yugoeslavo en las escenas de batallas, destacando la creación que Swift hace del personaje, transitando desde la determinación de la primera parte hasta el fatalismo de la segunda, en la que asume, antes de que dé inicio, que la invasión de Rusia acabará en desastre, pero se confiesa incapaz de renunciar a su destino en la que probablemente sea la mejor aproximación introspectiva a la figura de un emperador que ya no controla sus actos sino que, prisionero de ellos, resta impelido a una huida hacia adelante. La cuarta producción de Guerra y paz, realizada también por la BBC, se presentó en 2016, siguiendo fielmente su director, Tom Harper,  el relato original, asumiendo Mathieu Kossovitz el papel de Napoleón, en una creación excesivamente plana a la que no ayudaba el físico del actor, aunque, en este caso, el trabajo de producción y documentación, especialmente en el caso de las escenas y unidades rusas, es de gran calidad, un valor que debe situarse en el activo del asesor histórico de la serie, el profesor Orlando Figes de la Universidad de Londres.

 

Retrocediendo en el tiempo, en el filme Waterloo (1970), dirigido por Serguéi Bondarchuck, el emperador fue encarnado por Rod Steiger (1925-2002), ganador en 1968 de los premios Óscar y BAFTA al mejor actor por su interpretación del jefe de policía Bill Gillespie en la película En el calor de la noche (1967) de Norman Jewison. Steiger compuso un Napoleón en el cine casi ciclotímico que alterna escenas de ira y desesperación con pasajes de autocomplacencia, excitación y autocontrol según se desarrollan los acontecimientos, un exceso de histrionismo con el que intentó alejarse del halo de figura trágica del héroe condenado a la derrota, no por sus errores, sino por la fatalidad. La contraposición del aristocrático y siempre sereno aún en la adversidad, duque de Wellington, interpretado por Cristopher Plummer (1929-2021), resaltaba todavía más el punto de locura que Steiger confirió a su personaje.

La producción se centraba en el período comprendido entre la primera abdicación y el final de la batalla el 18 de junio de 1815, incluyendo espectaculares escenas de masas gracias a la aportación del ejército soviético, que destinó a más de 20.000 soldados para representar a las fuerzas enfrentadas. Si bien el trabajo de ambientación y documentación constituyen el mejor ejemplo de recreación de la etapa napoleónica hasta ese momento, recompensado con sendos premios BAFTA al mejor diseño de producción para Mario Garbuglia (1927-2010) y al mejor diseño de vestuario para María De Matteis (1898-1988) quien ya había trabajado sobre el mismo período en el filme Guerra y Paz (1956) de King Vidor, aunque en este caso se benefició de la investigación y documentación que Ugo Pericoli (1923-1999) realizó por encargo del productor Dino de Laurentiis (1919-2010), material que publicará posteriormente en el volumen Uniformes des Armées de Waterloo 1815 (1975).

Pero aunque los errores de ambientación no sean excesivos y se concentren, por ejemplo, en el empleo de los uniformes de gala en batalla –como en el caso del 2 Royal North British Dragoons (Scots Greys)–, los de carácter histórico son numerosos, incluyendo desde la derrota de los citados Scots Greys a manos de los lanceros polacos de la Guardia, cuyo único escuadrón presente tuvo un papel testimonial en la batalla, un mérito que correspondió al 3º y 4º Regimientos de lanceros de la Línea de la brigada Gobretcht, a la presentación del ataque del cuerpo de D’Erlon en línea y no en columna; el de la caballería francesa también en línea y no en columna, y el muy común de situar al frente de las tropas del 5º de Línea que intentaron detener en el desfiladero de Laffray le vol de l’aigle tras su regreso de la isla de Elba, al mariscal Michel Ney (1769-1815), cuando la defección del héroe de La Moskowa se produjo en Lons-le-Saunier, y su turbulento reencuentro con Napoleón en Auxerre, aunque dramáticamente fuese un buen recurso; como erróneo es también que Napoleón abandonara el campo de batalla en su carroza, puesto que la misma sería capturada, junto al resto de los bagajes imperiales, por las tropas prusianas.

Napoleón en las series

Descartadas por su coste las grandes producciones, tomarían el relevo las series para la televisión, algunas adaptaciones de clásicos literarios como los ya citados, mientras que otras son aproximaciones biográficas. Napoleón y Josefina: una historia de amor (1987), coproducción franco-estadounidense dirigida por Richard T. Heffron (1930-2007), se centra en las dos figuras emblemáticas, interpretadas por Armand Assante y Jacqueline Bisset, en un guion más próximo al drama romántico y los altibajos de la relación que en el relato histórico, aunque se incluyan escenas ambientadas, por ejemplo, en las campañas de Italia y Egipto. La interpretación de Assante es plana, no creíble, y desprovista de cualquier elemento de circunspección, próxima al estereotipo de un conquistador latino. Pese a ello, el diseño de vestuario, no exento de errores, obtuvo una nominación a los premios Emmy en la edición de 1988. En 2002 se estrenó la miniserie francoalemana Napoleón, dirigida por Yves Simoneau, adaptación del relato novelado de Max Gallo (1932-2017) en la que se narra el ascenso y la caída del emperador hasta su exilio y muerte.

 

Christian Clavier encarnó a Napoleón, pero, aunque en el reparto figuraban en papeles destacados Isabella Rossellini (Josefina), John Malkovich (Tayllerand) y Gérad Dépardieu (Fouché), el resultado, a pesar del coste de la producción, no estuvo a la altura de lo esperado. A los errores históricos habituales, como la presencia de Ney cerrando el paso a Napoleón en su marcha hacia París en 1815, o la delirante escena del encuentro en Bayona con Carlos IV y Fernando VII, se suman los de ambientación y caracterización, además de unas escenas bélicas risibles por su diseño, especialmente en la recreación de las batallas de Essling y Waterloo, aunque la de Eylau está mejor lograda sin conseguir ocultar, no obstante, la pobreza de medios. El personaje se concibe desde la perspectiva del héroe que se cree elegido por el destino, invulnerable a la adversidad y presentado como capaz de sobreponerse a todas las dificultades, e incapaz de asumir su caída final.

 

El personaje del emperador ha sido abordado también en otras producciones recientes. Mi Napoleón, la película de Alan Taylor de 2001 (The Emperor’s New Clothes), lo aborda  en clave de comedia a partir de una idea repetida en la hagiografía bonapartista: la huida de Napoleón de Santa Helena y su substitución por un doble. Tras diversas peripecias, llega a París donde nadie le reconoce, constatando que no existe un movimiento político y social favorable a su retorno al poder, y donde traba relación con la viuda de un antiguo soldado que regenta un ruinoso negocio de venta de fruta callejera. Aplicando los principios de la estrategia militar diseña un plan para revertir las pérdidas en beneficios, obteniendo su postrera victoria en la mejor escena de la película, tras la que asume su posición de nuevo pequeño burgués perdiéndose en el anonimato de la historia mientras su doble fallece exiliado iniciando la leyenda.

Napoleón es encarnado por Ian Holm (1931-2020), especialista en un personaje que ya encarnó en Napoleon and love (1974) y Los héroes del tiempo (Time Bandits) en 1981, y que en la presente compone una hasta cierto punto creíble transformación desde la figura del héroe exiliado hasta un oscuro ciudadano que ha perdido todo aquello en lo que cree y debe construirse una nueva vida. Obra menor como la anterior, pero no por ello carente de interés debido a las propuestas de la trama, es Monsieur N (Napoleón: la última batalla) dirigida en 2003 por Antoine de Caunes, y en la que el papel del emperador es asumido por Philippe Torreton. Las dudas sobre la evasión de Santa Helena, en este caso para llevar una vida de rico hacendado en una plantación del sur de Estados Unidos junto a Betsy Balcombe, con quien habría intimado durante el exilio, viviendo bajo el nombre de “Monsieur Abeille” en referencia al símbolo de monarquía imperial, forman parte como se ha indicado de la leyenda bonapartista, recorriendo la trama tanto las relaciones de algunos de los compañeros de infortunio en la isla, como sus explicaciones mientras se prepara en 1840 el regreso de los restos mortales del emperador bajo la monarquía de Julio. Torreton compone un Napoleón en el cine poliédrico: cruel, refinado, mordaz, mujeriego y, por encima de todo, pagado de sí mismo y de su papel en la historia, que no duda en reprochar al carcelero Hudson Lowe que lo importante es siempre ganar la última batalla: la que define la posteridad.

Bibliografía:

CASTLE, A. (ed.) (2011): Stanley Kubrick’s Napoleon. The greatest movie never made. Colonia, Taschen.

CHANTERANCE, D.; VEYRAT-MASON, I. (2003) : Napoléon à l’écran. Cinéma et télévision. Paris, Nouveau Monde/Fondation Napoléon.

DUMONT, H. ; TULARD, J. (2015) : Napoléon, l’épopée en 1000 films. Cinéma et télévision de 1897 à 2015. Lausanne. Ides et Calendes.

TULARD, J. (1982) : “Napoléon à l’écran”.  La Revue du Cinéma, 373 : 123-128.

MIKABERIDZE, A. (2022): Las Guerras Napoleónicas. Una historia global. Madrid, Desperta Ferro Ediciones.

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